Camilo Venegas,
Campo de Texto
De un tiempo a esta parte las series de televisión me entusiasman mucho más que los estrenos en el cine. Prefiero un capítulo de Mad Men, Two and a Half Men o Big Bang Theory que la mayoría de las cosas que se estrenan en las salas. Desde que puedo grabar en la caja del cable, he logrado anticiparme a las sorpresas y, sobre todo, sortear todos los anuncios publicitarios.
Gracias a eso, puedo probar la primera afirmación de este post. En casa tenemos todos los paquetes de películas, sin embargo es en TCM donde más grabaciones programamos. El resto del espacio en el disco duro lo ocupan los estrenos y las repeticiones de las series que más nos gustan. Rara vez grabamos una película reciente, no tenemos tiempo para ellas.
Hace días busqué en los meses por venir si HBO (esa admirable fábrica de maravillas) tenía previsto la repetición de Carnivàle. Luego, en internet, di con la noticia de que se acaba de lanzar un pack que contiene la colección completa de Carnivàle. 12 discos con las dos temporadas y un libro de 80 páginas que incluye material gráfico inédito.
Desafortunadamente, HBO decidió abortar la tercera temporada de Carnivàle por los elevados costos de producción. Ni siquiera los blogs y los fórum de los fans de la serie lograron persuadir a los ejecutivos del canal, que prefirieron hacerle caso a su olfato para intuir donde acaba el éxito y comienza el declive.
Estoy entre los que se quedaron colgados de la desesperante fascinación por Carnivàle. Esa pesadilla itinerante que Daniel Knauf situó en la región más fantasmagórica de la Gran Depresión, me sigue pareciendo una metáfora inmejorable. Desde que David Lynch hizo El hombre elefante, nadie había retratado el inframundo del circo con tanto ingenio.
Lo dicho, las series se han adaptado mejor a esta época donde la gente necesita crear comunidades y dialogar permanentemente. Al cine le ha costado más trabajo entender la era 2.0, ni siquiera dedicándole una película a los creadores de Facebook lo logra de manera efectiva.
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