Camilo Venegas,
Campo de Texto
Se han escrito libros de ensayos y de entrevistas sobre eso. Para mucha gente es muy importante saber por qué se escribe o, lo que siempre es más urgente, por qué se tiene la necesidad de escribir. Hay autores que le restan importancia a la duda y prefieren ni averiguarlo, otros, se la toman demasiado en serio y dan una respuesta tan elaborada que hasta para ellos mismos resulta inconcebible.
El País Semanal le acaba de preguntar a 50 escritores, de geografías y lenguas muy diversas, por qué escriben. Como suele suceder en esos casos, hay respuestas ingeniosas, aburridas, simpáticas, torpes, lúcidas, obvias o geniales. Ken Follet lo redujo todo a una cuestión de oficio: “es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien”. Para responder, Carlos Fuentes se hizo una pregunta: “¿Por qué respiro?”.
Antonio Tabucchi también le puso signos de interrogación a sus respuestas: “¿Por qué tenemos miedo a vivir? ¿Por qué tenemos nostalgia de la infancia? ¿Por qué el tiempo pasado corrió de prisa o porque queremos detenerlo? ¿Escribimos porque a causa de la añoranza sentimos nostalgia, arrepentimiento? ¿Por qué queríamos haber hecho una cosa y no la hicimos o porque no deberíamos haber hecho algo que hicimos y no debíamos? ¿Por qué estamos aquí y queremos estar allá y si estuviéramos allá no hubiere resultado mejor quedarnos aquí”.
Mario Vargas Llosa lo había dicho ya muchas veces, pero se sitió en el deber de repetirlo: “Es el centro de lo que hago. No concibo la vida sin la escritura”. Sin embargo, la frase más rotunda de todas no la dijo ninguno de los cuestionados sino Samuell Beckett, a quien Tabucchi trajo a colación: “Escribo porque no me queda otra”.
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